“El corazón se me hizo añicos cuando vi todo aquello, pero al mismo tiempo siento que me creció”, así explica su dolor, Mayra Herrero Batis, profesora de educación física en Centro Mixto “Pável Rojo García” en Caimanera, ante los sucesos del municipio San Antonio del Sur, recientemente afectado por el huracán Oscar.
“Desde el momento de lo ocurrido en esos municipios di mi disposición como cubana solidaria, porque todos somos como hermanos, somos del mismo pueblo”, dijo así la educadora con más de 30 años en el sector.
“Destroza el alma”… fue una de las frases que reiteró durante a entrevista, porque me confesó que hay que ser muy valiente para ir a enfrentarse a una situación, que duele mucho ver.
“Una mezcla de dolor, angustia, y también de satisfacción por la vida, fue lo que sentí cuando avance en mis primeros pasos, en ese municipio tan afectado por el evento meteorológico.
“Mi grupo fue a Macambo, una escuelita que casi estaba sepultada en el fango, ahí no quedó nada, el agua y el fango se adueñaron de las computadoras, las sillas, las mesas, implementos deportivos. Todo, todo estaba incrustado como cuando un artista plástico utiliza el barro para alguna obra, pero una obra de mucha tristeza.
“En el río de Macambo lavamos las mesas, sillas y algunos artículos del departamento de educación física que podían utilizarse. Lavé, hasta, el busto de José Martí, dijo bajando la mirada.
Al preguntarle cómo fue el intercambio con los vecinos de la zona, la profesora ya retomó los colores con más aliento y acotó: “Cuando lavábamos los implementos en río, cercano a nosotros pasaban personas que vivían del otro lado del río, y nos señalaban las montañas, al tiempo que decían que las montañas lloraban y a la vez se desprendía mucha tierra de ellas. En ese momento trasladaban un refrigerador, y al preguntarles nos contaron que lo sacaron enterrado en un lodo.
Sé que la estancia en San Antonio del Sur fue muy triste, pero no pude dejar de preguntarle a Mayra cuál fue la imagen que no ha podido sacar de su mente: “Cerca de la de la escuelita vi una casa, de la que no salía ni entraba nadie, y pregunté dónde estaban esas personas, entonces alguien dijo: los que allí viven, aún no se sabe dónde están”
Luego de tragar en seco y una ligera pausa, Mayra confiesa a esta reportera que entre tanta tristeza pudo ver la sonrisa de tres niños: “la sonrisa en el rostro de esos pequeños me devolvió un poco de esperanzas”.
“Fue una experiencia muy amarga la que traje conmigo, pero me queda la satisfacción de que aporté mi granito de arena, y por supuesto que estoy dispuesta a continuar ayudando siempre que me necesiten”, dijo así la caimanerense Mayra Herrero Batis, quien antes de finalizar reconoció la disposición del este pueblo de salineros y pescadores: “Siento que los caimanerenses hicimos allí un trabajo de excelencia”.