La familia cubana es centro de su entorno comunitario y forma parte indisoluble decirse conceptos que llamamos nación, y es la Unidad, nuestra principal divisa. A pesar de las afectaciones que nos agobian como el inestable servicio eléctrico, los elevados precios de bienes y servicios y otras adversidades, la familia no ha perdido la brújula y valoriza su universo familiar.
La aprobación de un texto jurídico como el Código de Las Familias, aparte de ser un avance en su concepción y de responder a un mandato Constitucional, es un referente para su potencial humano para hacer frente a los desafíos de la sociedad cubana actual. Un instrumento eficaz por la multiplicidad de temas que aborda y las problemáticas existentes en el entramado social.
Desde que entró en vigor hace siete meses es un Código que no margina ni convierte a sus integrantes en espectadores, sino en sujetos activos porque reconoce la autoridad familiar en la formación de los hijos. Por ejemplo aquí en Caimanera, Primera Trinchera Antiimperialista de Cuba, no son pocas las familias que conviven bajo un mismo techo, padres, hijos, abuelos y otros parientes, todos bajo los influjos de la contemporaneidad y de los aportes de sus miembros individualizada, transformada a la luz de los tiempos, pero necesaria e insustituible para nuestro proyecto de vida.
Dignidad y respeto son las bases en las que se sustenta este Código que protege la autodeterminación y preferencia, la igualdad entre los mayores la cual favorece el empeoramiento y participación en la sociedad. De hecho ver a la familia como una institución tradicional inamovible sin contradicciones ni diferencias ajenas a lo que ocurre en el barrio o en todo el país es un eufemismo. Este refugio emocional que tenemos en casa y cada componente aporta lo suyo a la convivencia en unión familiar, tiene entre sus prioridades en este texto jurídico que muchos llaman el Código de Los Amores, afianzado con documentos muy pragmáticos de envergadura internacional.