El sol abrasa y el salitre dibuja parches blanquecinos sobre el terreno. Un estornudo es la reacción del no acostumbrado al medio ambiente que, imposición del mar, desde el suelo hasta el aire ha tatuado la vida de este poblado.
Con similar recurrencia a la del bloqueo estadounidense, el salitre dificulta la autosuficiencia alimentaria de Caimanera, negándole superficie agrícola. La intrusión salina parece tan arrogante aquí como el intruso imperial que ilegalmente le amputa a Cuba, a metros de este poblado, un pedazo de soberanía nacional.
Pero los residentes, que en sentido inverso parecen más testarudos, dan prueba de haber aprendido a convivir con ese flagelo. Más alentador todavía es ver que empiezan a extraerle frutos al suelo. Parece que al fin han encontrado el camino.
UN EMPEÑO EBULLE EN CAYAMO
Todavía persiste el ambiente salobre aquí. Pero ya el salitre no golpea los ojos con tanta fuerza como antes; un cultivo lo ha suplantado. Ahora lo visualmente notable es el vigor de unas plantaciones cargadas de espigas y repletas estas de arroz.
Apenas dos hectáreas, «ya casi listas para entrar en cosecha», precisa Omaily Ramírez Samón, mientras las examina. Él es «el brazo derecho» de Ireno, su hermano, dueño de la parcela y «pionero en la siembra de arroz por aquí».
«Hace años –prosigue Omaily–, cuando nadie creía que un suelo así podía dar arroz, Ireno se atrevió a sembrarlo. La cosa no salía tan bien al principio, pero la experiencia empezó por ahí».
Por estos días, Ireno y su hermano están a punto de convocar otra vez a más fuerzas, porque «cortar el arroz es lo más difícil de ese cultivo», dice Omaily. «Imagínese, aquí todo lo hacemos a mano, desde la preparación del terreno hasta la recogida, secado y limpia. Pero siempre hay gente dispuesta; además, les pagamos bien».
Según estimaciones del campesino, las dos hectáreas a punto de ser cortadas les dejarán poco más de una tonelada de arroz limpio. «Separamos un poquito para consumo de la familia; lo demás, casi todo, se lo vendemos a la cooperativa».
Habla de la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Miguel Antonio Caballero Rodríguez, única forma productiva de la agricultura en el municipio de Caimanera, la cual les paga a los productores 180 pesos por cada libra de arroz que les venden.
«Nos da ganancia», resume el entrevistado, y reitera que esta variedad del cultivo, apodada Moderna, es de secano, resistente a la sequía y la salinidad, y que para obtenerlo «hay que hacer todo a mano», pues no tienen máquinas fangueadoras, sembradoras ni equipo de cosecha mecanizada, «pero lo hacemos».
En los próximos días, cuando sean segadas las dos hectáreas, el corte marcará el fin de la actual etapa de la cosecha de arroz en la primera trinchera antimperialista, sede provincial del aniversario 72 del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
EN CASA DE HÉCTOR, Y EN OTROS «POQUITOS» QUE SUMAN
De su primera incursión en la siembra de arroz salió «mal para’o», confiesa Héctor Calzado, caimanerense de 66 años. «Casi nada fue como yo pensaba al principio».
Asegura que entonces, lejos de desistir, preguntó, observó por aquí y por allá, e insistió.
«¿Lo logrado?, mírelo aquí», dice. En la sala de su hogar, uno encima de otro, decenas de sacos de arroz de una cosecha que ya concluyó para él este año. «Ahorita la CCS vendrá a recogerlos».
Héctor vive en Cayamo también, e igual pertenece a la Miguel Antonio Caballero Rodríguez. En poco menos de dos hectáreas sacó 30 quintales de arroz «limpiecito, mire pa’cá»; y mientras deja caer sobre el saco un puñado de granos, anuncia que, para la venidera campaña, ampliará la siembra del cereal a dos hectáreas y media.
Producir una tonelada del cereal, en condiciones tan exigentes, al campesino le cuesta 70 000 pesos, sin contar la tributaria ni otras contribuciones; «pero deja buen saldo», ratifica el labriego.
En total, explica el joven Eliades Matos Samón, viceintendente de Caimanera, son 12 hectáreas e igual número de productores de arroz en el municipio. Ellos garantizan más de 20 toneladas al año; «antes no producíamos ninguna».
Aunque todavía muy lejos de las necesidades de ese producto para una población que rebasa los 7 000 habitantes, y que demanda 43 toneladas por mes, el producido aquí alivia. «Al pueblo se le vende fuera de la canasta familiar normada, a 190 pesos la libra».
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La Miguel Antonio cuenta con 396 hectáreas, 325 de ellas cultivables. A los de arroz les suma otros muchos «poquitos», salidos de 123 hectáreas «entre plátano burro, plátano vianda, calabaza, yuca, boniato, especias, hortalizas y vegetales», refiere Yoney Carmenate Gil, vicepresidente de la CCS.
«Al ganado menor dedicamos 202 hectáreas, que sostienen 750 cabezas: cabras, ovejos, cunícolas», según Carmenate. «Mayores resultados vendrán, pero los primeros ya están aquí».
Esa visión la comparte Yordenis Góngora Rojas, a cargo del frente agroalimentario desde el Buró del Partido en el municipio; luego, en un mercado en la cabecera municipal, el panorama graficará sus palabras.
La gente lleva envoltorios con productos del agro. «Lo conseguido por Caimanera en materia de soberanía alimentaria todavía es poco, simbólico casi; pero indicativo de que hemos encontrado el camino a la solución.


«Vamos hacia ella», dice, y agrega que lo producido con esfuerzo local le tributa al municipio, pues le permite atender mejor a quienes, de manera priorizada, lo necesitan.
Como ejemplos, además de la venta directa a la población, cita las cuotas de agroproductos destinados al círculo, a las casitas infantiles –las que en breve sumarán seis– y a las casas de abuelos. De productos endógenos es el módulo con viandas, vegetales, condimentos frescos, frijoles, más un kilogramo de masa de jaiba, pescado o carne de ovejo –a veces de todas– que les hacen llegar cada mes a las 42 embarazadas que actualmente hay en el municipio.
«Cinco de esas mujeres, en enero, fueron identificadas con bajo peso –prosigue Yordenis–; hoy están todas en su peso normal, y Caimanera en cero mortalidad infantil y materna».
Reservas productivas todavía le quedan al municipio en su única CCS. Hay en ella 70 hectáreas de malezas y marabú, «empezamos a desmontarla también, para crecer en todas las producciones posibles», anticipa Yoney Carmenate.
Volumétricamente hablando, Caimanera no es lo más destacable en producciones agropecuarias en Guantánamo, pero acomete sin retrocesos el más difícil reto: el municipio produce.
La tendencia es la misma de una provincia que, al margen de la deuda en términos productivos, de variedad, de estabilidad en precios, comparada con años atrás, da pasos adelante, y a contrapelo de un arrasador huracán que la obligó a reajustar estrategias, y a resembrar.
Tomado: Periodico Granma